Opinión
Una cosa es una cosa
La revista GACETA en su primer número prometía “dar una síntesis (..) para divulgar la creación de nuestros artistas, ya sea a nivel de la crítica o de la imaginación”. ¿En dónde quedó las artes plásticas?

El 27 de abril de 2024, en el Auditorio Pabellón Colombia de Corferias, en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes relanzó GACETA, una revista cultural, que, en su tercera etapa, pretende “indagar y preguntarse por el modo de ser y vivir de los colombianos”. El evento fue moderado por Marta Ruiz, ex comisionada de la Verdad y miembro del comité editorial de GACETA, y contó con la participación de Hugo Chaparro Valderrama, director de esta nueva etapa de la revista; Guillermo González, director de la segunda etapa; y María Paula Martínez, docente del Centro de Periodismo de la Universidad de los Andes. Aunque el lanzamiento se presentó como un gesto novedoso y necesario, incluso nostálgico, para revitalizar el periodismo cultural en el país, se hace necesario un vistazo agudo a la historia de la revista —una colección de más de 30 años sin digitalizar y con un mínimo rastro de su existencia en la web— y al esfuerzo institucional para resucitarla.
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GACETA: Revista Nacional de Cultura nació en 1975 como un ejercicio de periodismo cultural del Instituto Colombiano de Cultura (Colcultura), bajo una línea editorial enfocada en mostrar La Cultura a través de ópticas disciplinares y académicas. Los índices de los primeros números no diferían mucho de revistas literarias y de pensamiento anteriores como Revista Voces (1920), Revista Mito (1955) y Revista Eco (1960). Los autores invitados reflexionaban acerca del teatro, la música, el cine, la literatura, las instituciones culturales, el folclor, la lectura, y la poesía. En el editorial de su primer número, la directora de Colcultura, Gloria Zea, afirmaba que “esta no es una revista institucional, en el sentido de limitarse a contar, al estilo de los balances periódicos, qué es lo que hace Colcultura.” Esta publicación bimensual, de 32 páginas y tamaño 52 x 33 cm, impresa con portadas a todo color y páginas interiores a una tinta, prometía “una síntesis, algo más que periodística, de lo que sucede en este campo [de la cultura], y al mismo tiempo (..) que sus páginas sirvan, para divulgar la creación de nuestros artistas, ya sea a nivel de la crítica o de la imaginación”.
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En su primera etapa, entre 1975 y 1984, bajo la gestión de Zea, se gestó una
publicación con poca crítica y aún menos imaginación, pero que incluía artículos
de opinión, traducciones, ensayos académicos, reportajes, y obras literarias.
Abordaba desde hitos de la alta literatura (y, desde la voz de la crítica del momento,
no tan alta, como el nadaísmo), conciertos de música clásica y folclore, y las primeras
obras de teatro que cuestionaban la desnudez, el trabajo actoral de las mujeres, y las narrativas en los estrenos teatrales de la época. Pero también GACETA se deleitaba en los paseos bucólicos por la antropología, la sociología y la filosofía para describir los pueblos originarios, el folclor, la artesanía, la educación artística, y la historia del país.
Era una revista que hacía guiños a la modernidad de los 80s mientras se anclaba en la forma de narrar del periodismo cultural del siglo XIX.
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Con la dignidad de ser una revista gestionada por el Colcultura —una institución
pública que aspiraba a ser ministerio, pero que carecía del presupuesto suficiente— GACETA abordó múltiples y diversos temas relacionados con la producción de obras, los personajes que las hacían y los eventos en donde se apreciaban estas obras. En una época en la que el país era lacerado por la expansión de los grupos guerrilleros como las FARC-EP y el ELN, la consolidación de los grupos paramilitares, y la aparición de los grandes carteles de narcotráfico (desafíos que los gobiernos de Alfonso López Michelsen, Julio Cesar Turbay y Belisario Betancur apenas pudieron gestionar) hablar de cultura era ya una tarea bárbara por ejecutar.
Tarea bárbara que se resumía en el eslogan de Colcultura “Tenemos mucho por hacer... y lo estamos haciendo”, y que se vendía, principalmente, a través de la literatura colombiana con las Colecciones Populares Colcultura. GACETA también hizo lo suyo: en su primera etapa, publicó las colaboraciones de grandes voces, saltó de lo culto a lo popular (descrito desde las grandes voces) y dio una baja representatividad a las
artes plásticas. Sí, de 43 números publicados, 1.584 páginas impresas, durante ocho años sólo un número fue dedicado a las artes plásticas: 26 páginas para la plástica nacional.
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26 PÁGINAS PARA LA PLÁSTICA: BREVES MARCAS DE GRANDES VOCES
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El número 3 de GACETA de 1976 presentaba una portada de fondo blanco que emulaba un lienzo con tres elementos en bloque:
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1. GACETA: la palabra gaceta en mayúsculas, en una tipografía angulada, arquitectónica (muy propia de la abstracción geométrica modernista latinoamericana de los 50s) repetida tres veces de arriba a abajo, con un ritmo descendente creado por la superposición de la silaba GA y el patrón de color rojo, negro, rojo para cada palabra; este
primer bloque ocupaba la mitad de la portada.
2. GEOMETRÍA: dos módulos de líneas rectas, en blanco y negro, cada uno con su propia simetría, vertical y diagonal, que generan un espacio negativo y positivo, y que simulan
una franja para dividir los bloques de texto.
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3. .NOMBRES: una lista horizontal con el título de la revista “Artes Plásticas” y los nombres de los colaboradores de la publicación. Cada línea de texto coloreada de rojo, negro, rojo da continuidad al ritmo del título de la revista en la parte superior.
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El esquema blanco-rojo-negro; los nombres como Barney Cabrera, Gil Tovar, Traba, y Serrano; la abstracción geométrica; artículos como “Iconografía de Torres Méndez”,
“Academia y costumbrismo”, o “Ramírez Villamizar en Venecia” son breves marcas de una línea editorial que miraba la coyuntura artística del momento de lejos: voces autorizadas
del medio legitimando los grandes nombres y temas, como reproduciéndose a ellos mismos, como ignorando desde el lugar común lo que ocurría con la crisis institucional de uno de los eventos de artes plásticas con mayor visibilidad en el momento: el Salón Nacional de Artistas. El número 3 de GACETA desconocía los cuestionamientos que
se le hacían al Salón por ser un evento que premiaba obras, concentraba las muestras en la capital del país, privilegiaba algunas prácticas como la pintura y la escultura, y no mostraba las nuevas exploraciones de artistas jóvenes. Colcultura respondió con la
creación del I Salón Regional de Artistas en 1976.
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El Salón Nacional de Artistas fue creado por el Ministerio de Educación en 1940 y adoptado por el Instituto Colombiano de Cultura (Colcultura) en 1968. En sus inicios respondía a la exhibición de pintura académica, la consolidación de artistas académicos
y a la aprobación de nuevas figuras del arte pictórico y escultórico. En los 70s, el Salón Nacional estaba agotado, ya no buscaba academicismo, su aire era la controversia.
El número 3 de GACETA desconocía los cuestionamientos que se le hacían al Salón por ser un evento que premiaba obras, concentraba las muestras en la capital del país, privilegiaba algunas prácticas como la pintura y la escultura, y no mostraba las
nuevas exploraciones de artistas jóvenes.
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El Salón del 76, que por primera vez se realizaba en diferentes ciudades buscando descentralizar y activar un circuito artístico en todo el territorio, conservaba su carácter de certamen oficialista, mientras ganaban artistas que incursionaban en el arte kitsch:
obras que usan las imágenes populares para criticar o evidenciar perspectivas cursis, clichés, trilladas de una misma cosa o idea (tensiones entre baja-alta cultura, arte-artesanía, lo culto-vulgar). Artículos de opinión como el de Luis Fernando Valencia o
Juan José García Posada, publicados en El Colombiano, con ocasión del primer premio a Juan Camilo Uribe por la obra Llamarada (1976), en el Salón de la zona noroccidental de
Colombia (Antioquia, Caldas y Chocó), anuncian ese malestar por las obras kitsch y por un salón más superficial que crítico.
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UNA DÉCADA EN SILENCIO: CONSTRUIR UN LABERINTO, UN ESPIRAL
GACETA murió en 1984. Pasó un silencio de siete años. Al iniciar la década del 90, volvió con un número dedicado al 50 Salón Nacional de Artistas, muerto también desde 1980.
La ausencia que se dibuja entre GACETA y el Salón es una espiral muda, negra, frecuente.
Una revista muda le dio voz a un salón mudo.
Guillermo González, periodista cultural y editor, se encargó de reactivar GACETA. En una entrevista con quien es ahora el ministro de cultura, Juan David Correa, cuenta que en tiempos en que Liliana Bonilla dirigía Colcultura, “Gloria Triana, quien estaba en la dirección del Comunicaciones me llamó para ver si hacíamos algo en radio. Le propuse
revivir la revista (...)” Era otra historia, Guillermo ya había sido editor de publicaciones culturales privadas tan grandes como la Revista Número y El Magazín de El Espectador, GACETA era “una revista con un tiraje de 4 mil ejemplares, en blanco y negro, financiada por el Estado, que tenía un presupuesto reducido.”
Sin embargo, Guillermo armó un número 6 de 1990 con un doble tono: presentó formalmente en la editorial de la revista un Salón Nacional de Artistas descreído, impopular y centralista, e invitó a diferentes voces, grandes y jóvenes, quienes se encargaron de “tirarle odio” al Salón.
La editorial hablaba del Salón como un logro e invitaba al lector a verlo desde otra óptica: “El artista, el crítico, el pedagogo, y el Estado, ya no deben ser islas soberbias e inconexas.” Un dejo paternalista revelaba la posición del Colcultura: “El Estado tenía que
asumir una posición de liderazgo [frente al Salón], inspirado en unas pautas de solidez, calidad, trayectoria y vigencia, inscritas en la realidad de la plástica contemporánea nacional.”
La realidad de la plástica la describieron los autores invitados, algunos igual de magnánimos a los del número 3 del 1976, con artículos incisivos. Eduardo Serrano o Miguel González hablaron de la necesidad de reconstruir la historia del Salón para
criticar su poca relevancia frente a los cambios que traían el arte de trasvanguardia o las prácticas de los artistas jóvenes; Lilia Gallo de Bravo planteó la inoperancia del Colcultura
para dejar de lado las decisiones personalistas relacionadas con los cambios de gobierno y de liderazgos en la institución, que afectaban los objetivos del salón; y Juan Antonio
Roda pedía compasión por los artistas que debían enfrentarse a una escena artística competitiva, en la que solo si eran admitidos en el Salón encontraban validación y reconocimiento.
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Los artículos de crítica bombardeaban al lector con preguntas. Por ejemplo, después del editorial, en la siguiente página aparecía Roda preguntando: “¿Para qué sirve el Salón Nacional De Artistas? Esta pregunta se la hacen el público y los artistas. El Salón de los
Independientes ha querido ser alternativa al Salón oficial. ¿Por qué? ¿Qué mueve a los artistas a sentirse independientes, a formar tolda aparte con el nombre de "rechazados"?
Nunca el Salón con su selección y premiación ha sido bien recibido. ¡El jurado a la Picota!”
356 artistas fueron admitidos al certamen. Los jurados: dos colombianos, une stadounidense, un español, y una venezolana, firmaron el fallo el 4 de abril de 1990,
concediendo un reconocimiento a la calidad y valor de las obras. El resultado: el cuarto lugar: una pintura de Rafael Echeverry; el tercer lugar: una instalación de Consuelo Gómez; el segundo lugar: un conjunto de obras por Alberto Sojo; el ganador: un performance de María Teresa Hincapié, "Una cosa es una cosa".
La acción que realizó la artista, en vivo, durante dieciocho días en intervalos de
doce horas, planteaba un acercamiento extendido en el tiempo a la cotidianidad del cuerpo femenino, el lugar íntimo de la mujer; el performance apelaba más a la repetición y al silencio que a la técnica.
Ximena Gama, curadora e investigadora en arte contemporáneo, describía en el
catálogo del artista, publicado por la Galería Casas Riegner en el 2020, el performance así: “Ma. Teresa iba extrayendo de unas bolsas, entre otros objetos, ollas, maquillaje, alfileres, cuadernos, ropa, que ordenaba luego sobre el suelo trazando en silencio un
laberinto o espiral que al final del día desdibujaba”.
Esta acción, que se tomó uno de los pabellones de Corferias, fue la materialización de la historia de GACETA. La revista emuló ese espiral de objetos/textos sacados en silencio de
una bolsa: ensayos anecdóticos e históricos del salón, columnas de opinión, crítica, testimonios, todos agrandados por los nombres de los autores, todos girando alrededor de una inconformidad que nadie escuchó."
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La nota editorial terminaba comparando al Salón con un antecesor casi prehistórico: la
Exposición de Bellas Artes de 1886 “en la que se reunió por primera vez el mayor número posible de obras maestras". Esta comparación, un tanto ingenua, se puede entender en las palabras de Omar Rincón, profesor del Centro de Estudios en Periodismo de la Universidad de los Andes, quien fue director de Comunicaciones del Colcultura en 1996. Para Rincón, GACETA en sus dos primeras etapas de circulación fue un dispositivo encargado de definir lo artístico desde un periodismo cultural, como él lo llama, gatekeeper: “El ejercicio [en ese momento] fue un poco ‘te enseñamos qué es el arte y qué no, te mostramos qué vale la pena y qué no, la cultura corre por nuestra cuenta.’”
Las palabras de cierre de la editorial eran una movida propia de un gatekeeper: “El país ha salido de su ancestral provincialismo, o lo ha asimilado y transformado (...) Pensamos que la pretensión de marcar una pauta al hacer el Salón de esta manera, servirá para profundizar en el análisis de lo contemporáneo y preparar el advenimiento de creaciones futuras para un nuevo siglo. Habrá que abandonar muchas tendencias y otras ya existentes se consolidarán para abrirle camino a expresiones que ni siquiera podemos hoy predecir.”
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GACETA volvió a morir en mayo de 1991. El Salón Nacional de Artistas, como una gran
exposición, murió con el Salón XXXIII Hoy, 2024, el Mincultura imprime una GACETA nostálgica que Guillermo González y Hugo Chaparro, en sus intervenciones durante el
lanzamiento en la FILBo, alaban como una experiencia digital valiosa, y como un rescate
necesario de géneros como la crónica. El público aplaude las declaraciones jurásicas. Hay ovación. Reaparece el espiral mientras contemplamos un periodismo cultural silencioso, porque ni actúa como gatekeeper, ni aparece para “indagar y preguntarse por el modo de ser y vivir de los colombianos”, ni plantea una agenda en los medios. La obra de Hincapié, un salón nacionalmoribundo, y Omar Rincón cuando dice que a GACETA (y al periodismo cultural) “le faltaba pueblo, le faltaba pensarse la cultura como un campo expandido, le faltaba voces que pensaran diferente” resumen este esfuerzo institucional que se ha repetido tres veces y resucita la revista para verla morir: es un espiral de silencio periodístico frente a la precariedad de una agenda cultural prácticamente inexistente en los medios.